Aires impuros, artes invisibles 

Texto para la publicación Al aire libre. VVAA, S. Teixeira coord. (en prensa).

– How do you spend your time now that you’ve stopped making art?

– I spend my time very easily, but wouldn’t know how to tell you what I do… I’m a respirateur, a breather. 

Marcel Duchamp entrevistado por Calvin Tomkins, 1964.1

Se cuenta que, en 1919, el coleccionista de arte Walter Arensberg pagó a Marcel Duchamp un viaje de Nueva York a París. El mecenas, preocupado por la baja productividad del artista, pretendía que Duchamp recuperara su inspiración en la capital francesa, que tomara un poco de aire fresco para volver a crear obras de arte, tarea a la que, en apariencia, dedicaba cada vez menos tiempo.  

Una vez en París, Duchamp compró una ampolla de cristal de suero fisiológico en una farmacia, vació su contenido y pidió al farmacéutico que la volviera a cerrar, quedando en su interior tan solo un soplo de aire parisino. Confeccionó así la obra 50 cc of Paris Air [50 cc de aire de París] que pasó a formar parte de la colección de Louise y Walter Arensberg, que hoy alberga el Philadelphia Museum of Art. 

Pese a que esta anécdota, tantas veces contada y reformulada, podría no ser del todo cierta,2 resulta particularmente interesante por el modo en que triangula una relación entre la inspiración artística, la productividad y el valor del aire mismo.

Inspiración: alentar la creación 

La inspiración, que para la Biología es la mitad del proceso respiratorio, vendría a ser para la Estética la mitad del proceso creativo, su arranque ideal, el momentum espiritual que prefigura el trabajo material del artista. En su acepción más arcaica, se trata de una comunicación divina, y así los primeros inspirados, o al menos los más célebres, serían los escritores de las Sagradas Escrituras.  

Existe un debate teológico que trata de dirimir si Dios inspiró a aquellos hombres para que escribieran el texto “literalmente” (en este caso serían meros redactores poseídos por el espíritu divino y la escritura sería prácticamente un automatismo) o si estos aportaron su propio punto de vista y la Biblia contendría, por tanto, elementos subjetivos (digamos, una cierta autoría humana). En todo caso, el medio aéreo habría sido el canal que permitió ese particular dictado: Dios les sopló el texto. Y es al inicio de ese texto soplado, en la narración del Génesis, donde encontramos la creación por vía aérea por excelencia: Dios insufla vida al hombre, dota de espíritu a su figurilla de barro. 

Peter Sloterdijk, al inicio de su trilogía Esferas, va más allá y no solo entiende la creación como acción eminentemente pneumática,3 sino que además concibe la esfera divina y la humana como vasos comunicantes. Según él, nuestra capacidad creadora nos vendría dada por el flujo de ida y vuelta de un hálito que Dios comparte con el ser humano. 

El aire sería, pues, tanto vida tanto como idea creadora. Entrevistado por Pierre Cabanne, Duchamp llegó a decir: “me gusta respirar, más que trabajar; mi arte sería el de vivir. Cada segundo, cada respiración, es una obra de arte que no se inscribe en ninguna categoría, que no es visual ni cerebral. Es una especie de euforia constante”. 

Productividad: respiración y ocio, trabajo y asfixia 

Hay quien desdeña la inspiración en pro del trabajo (aquel célebre “si viene la inspiración que me encuentre trabajando” atribuido a Picasso) y hay quien, como George Bataille, podría llegar a decir que la actividad artística es directamente lo contrario del trabajo.4 Lo cierto es, en contra de cierta idea romántica, que los artistas no viven del aire, y se ven obligados a producir obras susceptibles de convertirse en mercancías.  

Duchamp, el respirador, murió trabajando en su producción artística,5 pero no puede decirse que se matara a trabajar. Muy al contrario, fue el artífice del gesto más económico que ha existido en la historia del arte: convertir objetos mundanos en obras artísticas con solo señalarlos.6 Además, vivió con escasos medios y promulgó una moderación, cuando no un rechazo, del trabajo. 

Y es que el exceso de trabajo no solo no es bueno, sino que puede llegar a matarnos, como explica Marx. En El capital se hace eco de un titular publicado por la prensa de Londres en 1863: “Death from simple Overwork”.7 Se trata del caso de una costurera de la época, Mary Anne Walkley, que murió en un reputado taller de moda de Londres tras trabajar “26 horas y media seguidas con otras 60 muchachas acomodadas en dos cuartos que no encerrarían ni la tercera parte de los metros cúbicos indispensables para respirar.” Estas obreras de la industria textil, a las que la prensa de la época llegó a llamar “esclavas blancas”, trabajaban y vivían hacinadas en espacios con pésimas condiciones de ventilación.  

La hiperproductividad, condición forzada por la codicia capitalista, nos aboca a la muerte, nos deja sin aire. Marx registra también declaraciones de médicos ingleses que ya entonces detectaron problemas de salubridad asociados a la falta de aire o a su mala calidad, y que sufrían estas trabajadoras:  

«Las costureras de todas clases, modistas, bordadoras y simples aprendizas, padecen un triple mal: exceso de trabajo, falta de aire y escasez de alimentos o malas digestiones. De estas víctimas se nutre la tisis, que no es más que una enfermedad respiratoria.» 

Más allá del intento científico de desentrañar el comportamiento “natural” de la economía capitalista, El capital de Karl Marx es un estudio sobre la industrialización en la Inglaterra del s. XIX y una denuncia sobre sus efectos perniciosos en las vidas y los cuerpos de los trabajadores y trabajadoras. Marx llegó a constatar que la explotación industrial degrada tanto al ser humano como a la tierra, pero no llegó a conocer los efectos de la contaminación del agua que bebemos o el aire que respiramos, males que hoy afectan a toda la población, independientemente de su lugar en la cadena de producción. 

Valor del aire: el aire como mercancía 

Podemos saber, más o menos, cuánto aire necesita un ser humano. Ya Marx recogió algunas estimaciones que calculaban un mínimo de 500 pies cúbicos por persona.8 Pero ¿cuánto vale el aire? ¿Cuál es su valor? Para algunos artistas, es un valor incalculable. El aire podría ser incluso la esencia de disciplinas como la pintura o la escultura. 

Para Auguste Monet, el aire fue una obsesión, y representarlo una quimera: “Es un gran sufrimiento; pero: ¿qué es lo que quiero? Quiero lo imposible. Otros pintan una casa, un puente, un barco. Yo quiero pintar el aire donde se encuentran la casa, el puente, el barco. Quiero pintar la belleza del aire donde están”.  

Salvador Dalí, entrevistado por Soler Serrano en 1977, dijo que si el Museo del Prado se incendiara y tuviera que salvar una sola cosa, se llevaría “nada menos que el aire, y específicamente el aire contenido en Las Meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe”. 

Pero hubo un artista que logró dar un valor realmente preciso al aire, concretamente al aire expirado por él. El italiano Piero Mazoni, un artista cuya obra se daba un aire a la de Duchamp, logró, por una argucia, vender su propio aliento. En 1959 creó los Corpo d’aria, globos inflables que se presentaban en un kit junto con un trípode y una boquilla para inflar. Las esferas infladas podían alcanzar hasta 80 cm de diámetro y se vendieron 45 ejemplares por 30.000 liras cada uno. El globo debía inflarlo el comprador, pero si lo inflaba el artista el precio de la pieza aumentaba en 200 liras por cada litro de aire: he aquí el valor del aire pasado por los pulmones de un artista.9 

El travieso Manzoni vendió en forma de obra de arte algunas otras excrecencias, la más famosa su Mierda de artista enlatada, vendida en su día por el precio equivalente de su peso (30 g) en oro. Más allá del debate sobre si la mierda era o no real (parece haberse concluido que solo era yeso enlatado), la cosa empieza a oler mal cuando hacemos números. A día de hoy, según el precio del oro, una de sus latas rondaría los 1.500 euros, pero la última subastada en Milán alcanzó los 275.000 euros. La mierda de artista ha alcanzado ya los 273.500 euros de plusvalor.10 

Recientemente, otro artista italiano, Salvatore Garau, ha logrado vender aire sin siquiera un contenedor. Ha vendido literalmente nada, una escultura de vacío por 18.300 euros. Apenas le ha puesto un título, Io sonno [Yo soy], y ha dado unas instrucciones: 

«La escultura inmaterial debe colocarse en una casa particular, en una habitación especial libre de cualquier obstáculo y dejando libre para su colocación un espacio con un mínimo de dimensiones de unos 150 x 150 cm.» 

Sorprende que la propuesta de Garau carezca de toda ironía,11 al contrario que las obras de Manzoni o de Duchamp, artistas ya del siglo pasado. Garau defiende su escultura con una sonrojante solemnidad. Por si hubiera poco humor en esta historia, el colofón ha sido una demanda de otro artista, Tom Miller, por plagio. Miller asegura que hizo hace 5 años la misma obra y que la tituló Nothing [Nada]. 

Miller y Garau deberían conocer el Museo de Arte No Visible (MONA por sus siglas en inglés)12 para saber que la idea de ambos tampoco es original. El MONA llegó a vender la obra Aire puro por 10.000 dólares hace ya 10 años, que consistía en una nota que decía: 

«El aire que estás comprando es como un tanque con una cantidad ilimitada de oxígeno. Donde quiera que estés siempre podrás respirar el aire más delicioso y puro que la tierra puede producir. Cada respiro te da una paz infinita y salud. Puedes llevar esta obra de arte siempre contigo porque así donde quiera que estés podrás imaginarte respirando el aire más limpio de la cima de las montañas, campos o del océano.» 

También da risa saber que detrás de esta institución fantasma está James Franco, el excéntrico actor y director de la película The Disaster Artist. Otro que se suma a la lista de vendedores de humo. Vender aire, vender humo o vender mierda: menos mal que el dinero no huele.13

Un aire envilecido

El cuadro An Experiment on a Bird in the Air Pump (Joseph Wright, 1768) ilustra una de las recreaciones del célebre experimento 41 de Robert Boyle, que probaba con un pájaro los efectos de la privación de oxígeno. Boyle había creado en 1650 una burbuja de cristal, una bomba de vacío con la que realizó 43 experimentos sobre las propiedades físicas del aire. En el número 41 introducía un pájaro en el interior de la burbuja y extraía el aire: 

«Durante un tiempo el pájaro aparentó tener suficiente vitalidad, pero, ante una mayor extracción de aire, comenzó a manifestar signos de deslucimiento y enfermedad, y muy poco después le dominaron convulsiones tan violentas e irregulares como se observa en las aves de corral cuando se les retuerce el pescuezo.» 

Por desgracia, por entonces aún no existía el “resucitador de canarios”, un ingenio que permitía reanimar a los canarios mineros asfixiados, pájaros que, por su sensibilidad, fueron empleados hasta hace poco en las minas de carbón para alertar de la presencia de gases tóxicos.

Wright se afanó en su cuadro en recoger las distintas reacciones de los espectadores ante la cruel demostración: asombro, miedo, indiferencia… mientras el ejecutor del experimento nos mira impasible a nosotros, espectadores del cuadro. El artista trató de desvelar las contradicciones que acarreaba la revolución científica; se aventuraban ya los peligros de una visión mecanicista de la naturaleza. Boyle llegó a decir que hay dos tipos de personas: quienes quieren conocer la naturaleza y quienes pretenden controlarla. 

Otro británico, James Tilly Matthews, concebiría años después una máquina que, a través del aire, permitía ejercer el control mental e inducir dolor a distancia. Hablamos del Air Loom [Telar de aire], un aparato que describió gráficamente con precisión y que, controlado por una maquiavélica banda de químicos neumáticos, tejía el aire de tal manera que podía controlar la voluntad de cualquiera y provocarle terribles tormentos. El de Matthews fue el primer caso documentado de esquizofrenia paranoide; una exhaustiva descripción de su delirio fue publicada por su terapeuta en 1810. La máquina no llegó a existir,14 pero su sola idea nos habla de nuevo de ese momento de la industrialización de Inglaterra en el que el mal mismo pareciera estar transmitiéndose por el aire.

El aire de París ya no es el que era 

En Todo lo sólido se desvanece en el aire Marshal Berman relata cómo Rousseau, padre de la modernidad, percibió la vida en París como un torbellino, un torbellino social, y cómo la modernidad llegó envuelta en una atmósfera agitada, turbulenta. El título del libro de Berman es una conocida cita de Marx, en la que este se lamenta de que ya no quede nada estable, ningún valor al que aferrarse. 

Hace 5 años, el Acuerdo de París estableció medidas para frenar la emisión de gases de efecto invernadero, y esas medidas siguen sin ser cumplidas. Si Duchamp hubiera recogido hoy el aire parisino, su obra incluiría gases nocivos para la salud. Más aún: los derechos de emisión de estos gases ya son un bien con el que se comercia por toneladas. Si Marx hubiera escrito hoy El capital, su obra tendría que abordar la explotación de bienes intangibles

El colectivo artístico HeHe viene ofreciendo una mirada crítica sobre la crisis ecológica. En su obra Champs d’Ozone, presentada en 2007 en la muestra Airs de Paris15 del Centro Pompidou, una nube se conforma sobre una imagen del skyline de París. El color de la nube cambia en función de las concentraciones de dióxido de nitrógeno, dióxido de azufre, ozono y partículas de polvo suspendidas en el aire parisino.

Otro colectivo, los sagaces Homo Velamine16 (que se han visto en más de un aprieto por la incapacidad de la Justicia para detectar la ironía), han creado en estos días una curiosa campaña para desvelar lo que ocultan algunos anuncios. “En lugar de coger un producto y añadirle emociones básicas para generar un deseo hacia él, lo hemos desnudado para mostrar lo que realmente es”. Uno de los carteles revela lo que venden los anuncios de coches: “humo”. Según sostienen “el público apreciará la honestidad y comprará más”. 

Unos años atrás, en 2003, la artista Cristina Gómez Barrio se dedicó a rastrear las fotografías de las portadas de los diarios en busca de una ausencia. En su concienzuda serie Poco cielo en los periódicos destacaba, con sutiles trazos de tinta sanguina, los escasos huecos por los que se colaba el aire en esas imágenes, demostrando la poca atención que prestamos a nuestros cielos. Parece evidente que no nos queda más remedio que empezar a hacerlo.

1 [-¿Cómo ocupa su tiempo ahora que ha dejado de hacer arte? -Ocupo mi tiempo fácilmente, pero no sabría cómo explicarle lo que hago. Soy un respirateur, un respirador.]

2 La veracidad de la historia está en entredicho. No está claro que Arensberg pagara ese viaje, y si bien era conocido que Duchamp hacía obras de arte “con cuentagotas”, no es seguro que eso fuera una preocupación para Arensberg. Yendo más allá, hay estudiosos que ponen en duda que Duchamp encontrara la ampolla ya hecha, sugiriendo que la mandó a fabricar expresamente. La tesis más radical, de Girst y Roland, se funda en sospechas sobre la extraña forma de la ampolla (no se parece a los dispensadores de productos farmacéuticos de la época, según dicen), y sostiene que Duchamp se inspiró en las Ampollas sagradas, peculiares contenedores de agua bendita o aceites para ungir de los que el Museo de Antigüedades de Rouen, ciudad natal de Duchamp, conserva dos ejemplares.

3 Del griego pneuma: aire en movimiento, respiración, espíritu. Sirvió para traducir el término hebreo ruah, aire divino, espíritu santo.

4 “Escribir es hacer lo contrario que trabajar. Puede no sonar lógico, pero todos los grandes libros fueron esfuerzos en contra del trabajo real”. Georges Bataille entrevistado en televisión en 1958 sobre su libro La literatura y el mal.

5 Aunque lo hizo en secreto: dijo a todo el mundo que había abandonado el arte y, sin embargo, trabajaba en silencio en su obra póstuma, Étant Donnés.

6 Nos referimos a sus célebres ready-mades, objetos cotidianos elevados a la categoría de arte por la mera decisión del artista.

7 “Muerte por exceso de trabajo”.

8 Así lo recoge en una nota de El capital: “Hemos dicho repetidas veces que los médicos ingleses son unánimes en dictaminar que 500 pies cúbicos de aire por persona son el mínimum estrictamente indispensable, en un trabajo sostenido (…) ante estos 500 pies cúbicos de aire, la legislación fabril nota que se le corta la respiración. Las autoridades sanitarias, las comisiones industriales de investigación, los investigadores de fábricas, no se cansan de repetir, una vez y otra, la necesidad de estos 500 pies cúbicos de aire, ni la imposibilidad de imponérselos al capital. Con lo cual declaran, en realidad, la tuberculosis y otras enfermedades pulmonares del trabajo como condición de vida del capitalismo”.

9 Posteriormente creó la serie Fiatto d’artista, exclusivamente con su aliento. Cada pieza era un globo inflado por él con un cordel sellado a una base de madera. Sorprende ver su estado actual, con el globo derretido sobre la base y el aire desaparecido.

10 Según John Miller, la obra podría ser una respuesta de Manzoni a su padre, vendedor de comida enlatada, que dijo que “su arte era una mierda”.

11 También sorprende que Garau solo haya dado dos dimensiones a su escultura. Quizá no cayó en la cuenta de que se requieren 3 dimensiones para obtener un volumen.

12 https://museumofnonvisibleart.com

13 Pecunia non olet, así justificó Vespasiano a su hijo Tito la tasa que impuso al mismísimo contenido de las letrinas en Roma. Cuando hay dinero, su procedencia no importa.

14 Hasta hace unos años, que el artista Rod Dickinson ha construido un modelo del telar de aire a tamaño real: http://theairloom.org

15 El título de la muestra, por supuesto, estaba inspirado en la obra de Duchamp.

16 http://homovelamine.com