Obras en exposición, Fundación Cristina Enea


Cuidado, cuidado, ¡cuidado!

Cuidado con creer que el mundo es un ser viviente. ¿Hacia dónde se ensancharía? ¿De qué se alimentaría? ¿Cómo crecería y se reproduciría?

Sabemos, más o menos, qué es lo orgánico, pero ¿por qué considerar esencial, universal, eterno, todo lo infinitamente derivado, raro, azaroso que ocurre solamente en la costra de la Tierra? Eso es lo que hacen los que llaman “organismo” al todo. Me parece repugnante.

Cuidado con creer siquiera que el Universo es una máquina. Desde luego no ha sido construido para ningún fin, y llamándolo “máquina” le concedemos un honor demasiado elevado.

Cuidado con suponer que algo tan perfecto como los movimientos cíclicos de los astros cercanos a nosotros se produce en todas partes. Solo una mirada a la Vía Láctea nos hace dudar de ello, sugiriéndonos movimientos mucho más bruscos y contradictorios. ¡El orden sideral en el que vivimos es una excepción! Y este orden y su duración han hecho posible la excepción de las excepciones: el desarrollo de lo orgánico.

Sin embargo, el carácter del Universo en su conjunto es el de un eterno Caos, y no por una falta de necesidad, sino por una falta de orden, de estructuración, de forma, de belleza, de sabiduría y como quiera que se llamen nuestras categorías estéticas humanas.

Desde el punto de vista de nuestra razón, las jugadas desafortunadas son absolutamente la regla, las excepciones no son la finalidad secreta y todo el juego se repite en un eterno retorno.¿Qué nos autoriza a censurar o elogiar el Universo? Cuidado con achacarle crueldad o irracionalidad o lo contrario. No es perfecto, ni bello, ni noble ni aspira a ninguna de estas cualidades. ¡No tiene en absoluto el propósito de emular al hombre! ¡Está totalmente al margen de nuestros juicios estéticos y morales! Desconoce, por otra parte, el instinto de conservación: no tiene instinto alguno. Tampoco sabe de ninguna Ley.

Cuidado con afirmar que hay leyes en la Naturaleza. No hay más que necesidades, nadie manda, nadie obedece, nadie transgrede. Si sabéis que no hay fines, sabéis también que no hay azar, pues la palabra “azar” solo tiene sentido en un mundo de fines. Cuidado con decir que la muerte es lo contrario de la vida. Lo vivo es tan solo una modalidad de lo muerto, y una muy rara por cierto. Cuidado con creer que el mundo crea eternamente algo nuevo. No hay sustancia eternamente perdurable.

¿Cuándo acabarán, entonces, nuestra preocupación y nuestro cuidado? ¿Cuándo dejarán de oscurecernos todas esas sombras de Dios? ¿Cuándo dejaremos de atribuir a la Naturaleza un carácter divino? ¿Cuándo nos será permitido reencontranos con la Naturaleza pura, redescubierta, re-redimida?

F. Nietzsche, La gaya ciencia, Aforismo 109 (adaptado)